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Leyendas de Brujeria Historia hechos reales

BRUJERIA XVIII
Relato basado en hechos reales, contado por Rogelio Martínez
Escrito y adaptado por Eduardo Liñán (#392 – 26/06/2017)

Mi abuelo era oriundo de Texistepec en el estado de Veracruz. Un pequeño pueblo situado a unos 40 kilómetros de Minatitlán en la región conocida como ruta Olmeca; Pero vivía en un pueblo cercano llamado Acayucan. Los fines de semana eran comunes que visitara a sus amigos del barrio de San Miguel y se hacían acompañar de ficheras para tomar aguardiente y bailar hasta el amanecer en las cantinas locales. Mi abuelo era alcohólico, se perdía por días en sendas borracheras y era común que regresara a su casa a pie sin camisa, con su sombrero puesto; descalzo y arrastrado los pies. Él era jornalero, trabajaba duro arreando ganado a pesar de su edad, tenía casi 60 años cuando le sucedió este extraño episodio que ahora les contaré.


Sucedió que cierto día hubo una fiesta popular en Texistepec, el abuelo había estado esperando con ansiedad esa celebración para poder dar rienda suelta a su vicio y pasarla bien con sus amigos los cuales le tenían aprecio y muchos de ellos le permitían quedarse en sus casas a pesar de los reclamos que sus mujeres proferían; mismos que eran acallados con sendos catorrazos en la humanidad de las insolentes.

Una de esas mujeres era la esposa de Don Emigdio Aldama, uno de los más viejos amigos de mi abuelo y lo odiaba por sonsacar a su marido también alcohólico y más por el hecho de llevar en ocasiones a mujeres de la vida galante que muy a su pesar las tenía que atender. A riesgo de ser silenciada en sus reclamos ante aquellas mujeres. Eso la llevó a desear la muerte de mi abuelo y a buscar quien la ayudara para poder dañarlo, pues creía fielmente en la brujería. En su búsqueda se encontró una anciana que iba a vender hierbas en el mercado dominical y platicando sus problemas coincidieron en que la mejor forma de acabar con él era “brujearlo” con un espíritu inmundo.

Así, entre ambas mujeres lograron hacerle un trabajo a mi abuelo, según confesiones de la esposa de Emigdio, lo que hicieron fue “cocinarlo” en un cementerio e imponerle un espíritu acosador por medio de un “entierro” para que no dejara dormir, comer o tomar al viejo. Sin embargo algo salió mal ya que desencadenaron algo aún más obscuro y horrible que acabó con sus vidas. Los primeros efectos de la brujería los sufrió el abuelo durante la fiesta a la que asistió. Luego de una fenomenal borrachera, él y sus amigos empezaron a bromear acerca del diablo y sus apariciones en caminos de tierra aledaños al cementerio. Esa leyenda era muy conocida por muchos ahí; pero nadie había visto nada.

El abuelo retando a la suerte bromeó en que iría a por el diablo y lo invitaría a tomar con ellos. Los amigos burlándose, lo retaron y lo llamaron “sacatón”; Enojado tiró las sillas de alambre de la cantina improvisada donde tomaban y le dio un gran trago a una botella de Chamizal, Se fajó, se acomodó el sucio sombrero de palma y tambaleándose empezó a caminar por un camino que conducía a las inmediaciones del cementerio. Los amigos entre risotadas y burlas le decían que también trajera muchachas y cigarros.
Mientras el abuelo caminaba por entre las calles solas y obscuras del pueblo, se comenzó a sentir enfermo de la panza y vomitaba en cada esquina a consecuencia de mezclar alcoholes sin medida. Mareado y tambaleante llegó a la entrada del cementerio y se sentó en sus escalinatas para recuperar las fuerzas, su cordura se cuestionaba que era lo que hacía ahí, sintiéndose algo agobiado intentó regresar; pero recordó la promesa hecha a sus amigos. Le dio un trago a una pequeña botella de mezcal que llevaba en la bolsa y emprendió el camino a lo desconocido; la larga barda del cementerio parecía interminable y apenas llegó al final pudo ver unos caminos de tierra que la gente con el paso del tiempo habían hecho por su andar y que formaban una “y” griega que conducía a unas parcelas vecinales. La noche estaba iluminada por la luna y se podía ver claramente la llanura a lo lejos y la luz de los focos incandescentes de algunas construcciones donde vivía gente que ya dormía.

Recordó entonces aquella vieja leyenda en la que se mencionaba que por esos lugares había una cueva en donde podías encontrar al demonio y encontrar diversos placeres en los cuales podías sumergirte a cambio del alma. Imaginaba esto entre sonrisas de borracho cuando comenzó a sentir algo de frío a pesar de ser una calurosa noche de verano. Le dio el último trago a la botella de mezcal y la arrojó a la pared del camposanto haciéndola añicos, se acomodó el sombrero y se dispuso a regresar con sus amigos, se sentía muy estúpido y en medio de la nada.

Apenas se giró y dio un paso cuando sintió un aroma peculiar en el aire, era humo de cigarro que alertó a mi abuelo. Al investigar por los alrededores y las arboladas se sorprendió de ver a lo lejos en el camino de tierra a una mujer parada sobre un árbol que fumaba. Al principio pensó que se trataba de alguna vecina; pero al mirar mejor se dio cuenta que era una mujer muy exuberante. Morena de la región, de cabellos rizados negros y un cuerpo bien formado que invitaba a volcarse en él, para acrecentar el deseo, la mujer vestía un diminuto vestido rojo que dejaba ver su espectacular figura, tenía la pierna recargada en el árbol y el detalle de los ligueros negros que sostenían sus finas medias negras hizo que el viejo tuviera una leve pero firme erección. Algo inusual para él, el tiempo y la mala circulación había hecho mella en su virilidad. Los tacones altos que llevaba terminaron por darle un toque sensual casi pornográfico a la visión del abuelo que se imaginó de inmediato disfrutando de aquella deliciosa mujer.

Aquella belleza miró a mi abuelo y haciendo un ademán con su mano lo invitó a ir con ella, en tanto caminaba internándose en el obscuro camino. El viejo sin pensarlo camino rápidamente tras ella intentando correr y tropezando de manera frecuente por el vértigo producido por el alcohol que había ingerido. Entre tumbos y deseos pecaminosos miraba a lo lejos el andar de la mujer que apenas si se veía. Caminó por un buen rato hasta que se alejó demasiado del cementerio y de las casas, quedando frente a una pequeña barranca en donde vio una especie de casa mal hecha de blocks sin revocar en donde se escuchaba música y ruido de cantina. Ahí en medio de la nada vio la construcción en donde se metió la mujer y lo volteó a ver con una leve sonrisa y sus grandes ojos negros como intentando que se imaginara lo que iba a obtener si llegaba ahí.

Bajó por la pequeña barranca, cayéndose y lastimándose con las rocas, cuando por fin estuvo frente a lo que parecía ser una de tantas cantinas improvisadas, vio una cortina en la puerta y al hacerla a un lado sus ojos no podían creer lo que miraban. Dentro de aquella casucha había una gran y surtida cantina, repleta de botellas de finos licores y cervezas. Las mesas estaban limpias y nuevas, lo mejor eran las mujeres hermosas que parecían esperar parroquianos para tomar. Sobre la fina barra estaba apoyada la hermosa mujer del vestido rojo destapando una cerveza, de la cual salió en un borbotón espumoso que fue tomado de manera sensual por la boca de la mujer.

El viejo sin poder creerlo entró para degustar de todas aquellas delicias y dar rienda suelta a sus deseos más lascivos con la morena. Caminando lentamente llegó hasta la barra y tomó la botella de cerveza de las finas manos de la sensualidad y dando un gran trago de cerveza selló un pacto que mi abuelo desconocía. Al terminar la cerveza vio con extrañeza que todo el lugar estaba completamente apagado, solo era iluminado por una veladora en medio de aquel cuarto, la música, la barra, los licores y las mujeres habían desaparecido. Aquello le causó temor y extrañeza y cuando apenas iba a salir del lugar sintió que la muerte le tocaba el alma.

Detrás sintió un aire helado, seguido de un bramido que hizo que sus piernas temblaran, abriendo los ojos y mirando con cautela se percató que entre las sombras había algo que lo miraba con detenimiento. Su borrachera había desaparecido y la cordura lo abandonó al ver que aquello que lo veía era algo obscuro, más negro que la misma noche y sus ojos eran un par de destellos que parecían irradiar fuego en las comisuras; pero lo más aterrador eran el par de cuernos retorcidos que parecían salir de aquella cabeza, era una especie de cabeza de chivo de cuyo hocico salía un vapor que apestaba todo el lugar a podredumbre. Aquella cosa parecía están sentada sobre una silla y tenía cruzadas lo que parecían ser piernas cubiertas de un espeso pelambre, que eran rematadas por unas negras y grandes pezuñas hendidas.

El abuelo se quedó petrificado sin poder moverse ante la imponente presencia de aquello, temblando y con el alma en un hilo, se comenzó a orinar encima. No quería respirar, moverse o emitir algún sonido que alertara a la bestia. No supo cuánto tiempo estuvo en silencio, rodeado de obscuridad, pestilencia y frente a la horrible aparición. De pronto el silencio fue roto por una voz de ultratumba que bramó desde los mismos infiernos preguntándole al viejo:

“¿Qué no me vas a llevar con tus amigos?…

Dicho esto, el abuelo sacó fuerzas de su terror e intentó correr; pero en eso sintió que la bestia se paró enseguida de su asiento y de un brinco cayó encima de mi abuelo, hundiéndole la cabeza en la tierra. Luego ya no supo más. El abuelo despertó en medio de varias tumbas, el sol del medio día le calaba y el dolor se apodero de todo su cuerpo; estaba desnudo y tenía una cruda enorme, juró por enésima vez no volver a tomar. Como pudo se paró y se cubrió con unos cartones que encontró a su paso. La gente que estaba en el lugar lo miró con asombro y asco. Estaba cubierto de tierra y tenía múltiples heridas en su cabeza y espalda. No recordaba mucho y entonces al mirar a unos chiquillos con máscaras de carnaval lo recordó de inmediato. La corriente eléctrica que recorrió su cuerpo lo alertó y recordó lo que había visto la noche anterior. Corrió con rumbo a casa de Emigdio. Estaba tan espantado que se olvidó por completo de su desnudez y su dolor.
Al llegar a casa de su amigo, vio con extrañeza que había mucha gente congregada en el lugar, incluso una patrulla estaba ahí. Escondiéndose logró llegar a la parte trasera de la casa y tomó una ropa sucia que había en un canasto y se cubrió con ella. Entrando a la casa vio como la mujer de Emigdio estaba en el suelo teniendo convulsiones y otra mujer a su lado con un rictus de muerte que espantaba a quien lo viera, parecía que había muerto de miedo, mientras que la otra señora estaba como ida. Preguntando qué pasaba, el amigo lo vio con extrañeza y se lo llevó al patio, tomándolo del brazo.
– ¿Qué te pasó pinche compadre?– Pregunto con enojo al abuelo.

–No me vas a creer compadre; fue algo raro, tengo miedo ¿Qué le pasó a tu mujer? – contestó el abuelo.

Emigdio le contó que durante la madrugada al ver que no había regresado a la cantina, todos se fueron y el regresó a su casa. Apenas entró, vio a la anciana amiga de su mujer tirada en el piso doliéndose del pecho y a su esposa gritando desgarradoramente diciendo en repetidas ocasiones que le diablo había venido por ellas. El, sin poder explicarse que sucedía, tomo a su mujer y le propinó unas bofetadas para hacerla reaccionar sin éxito y esta cayó al piso rezando con gritos y desesperación. Mientas que la anciana que estaba tirada agonizaba víctima de un infarto. El abuelo al escuchar esto, sintió que sus piernas le fallaban y se sentó en el piso con malestar, le contó al amigo la experiencia y el no creía hasta que vio las marcas de pezuñas en la espalda del abuelo. Aquello era increíble y todo estaba de alguna forma relacionado. Si decir más, él se retiró de Texistepec y nunca más regresó, encerrándose en su casa durante mucho tiempo.
A partir de ese momento el abuelo fue acosado durante mucho tiempo con visiones y presencias demoníacas en su casa en Acayucan, veía al diablo rondar su casa por las noches y detrás de él al andar por las calles y en los potreros donde arreaba el ganado era aún mucho peor ya que lo veía caminar en forma de chivo por los abrevaderos. Fue con innumerables brujos y chamanes para poder curarse y nunca lo logró, vivió y murió solo presa del temor y las enfermedades producidas por el miedo. Cuando nos contó esta historia no lo podíamos creer hasta que nos enseñó las marcas de pezuñas en su espalda que eran cicatrices espeluznantes. A la esposa del señor Emigdio no le fue mejor, también era acosada por seres obscuros cada noche y con el tiempo salieron huyendo del pueblo, aunque dicen que eso no les valió de nada. La señora regresó tiempo después para ser enterrada en el cementerio. Y con ella se llevó la maldición que le impuso a mi abuelo que después de todo logró su cometido: Dejó de beber y de parrandear. A costa de la vida de la esposa de Emigdio, la anciana hierbera y mi abuelo.

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