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El voladero

Relato anónimo basado en un hecho real
Escrito y Adaptado por Eduardo Eduardo Liñan
Esta es la historia de un vendedor llamado Alfonso Requena. El cual recorría caminos en varios estados de México, su trabajo era de supervisor de una firma de autopartes y refacciones.

Tenía la región noreste a su cargo y por tal motivo iba y venía en su automóvil utilitario por carreteras del estado de Tamaulipas, Veracruz ,San Luis e Hidalgo. En cierta ocasión le toco ir a Tamazunchale y después tenía que dirigirse a un poblado llamado Jacala. Así que tomó la carretera entre la sierra limítrofe entre los estados. Ya caía la tarde y tenía que internarse en aquellos caminos llenos de curvas peligrosas y voladeros por donde era fácil que al menor error al volante cayera inevitablemente por las laderas de los cerros. No eran caminos que le gustara tomar y menos de noche; pero eran lo únicos y le apremiaba llegar así que se internó en la sierra a medida que la noche también caía. Para colmo una leve lluvia comenzó a caer haciendo mas difícil el conducir. Tomando precauciones, manejó tranquilamente y tomando las curvas con precaución. Repentinamente el cansancio y el hecho de manejar relajado hicieron que le diera sueño y estaba teniendo problemas para permanecer despierto.
Luego de una pronunciada curva y pasando por un poblado a la orilla de la carretera, notó a un hombre que caminaba lentamente por la orilla, al iluminarlo con las luces altas. Vio que le hacía señas para que se detuviera. Quizás por el sueño o por el hecho de tener a alguien que se lo espantara con la plática, se detuvo apiadándose de él. Lo recogió y observó que el hombre no parecía peligroso, era un hombre de edad madura, con sombrero y rostro amable. Un jornalero como muchos que había por esos lugares, el hombre se presentó y le dio las gracias por detenerse y lo saludo de mano. Noto que estaba helado y continuaron el camino.

El hombre comenzó a hacerle plática a Alfonso y le dijo que se había quedado tirado en medio de la sierra. La Ford que conducía no quiso dar más marcha por lo que decidió irse caminando al poblado más cercano por ayuda. A medida que subían por la sinuosa carretera, la lluvia comenzó a arreciar.

-¿No eres de por aquí? -Preguntó aquel hombre
-No, no soy de aquí – Respondió Alfonso.
-Esta zona es un punto muerto, es un camino peligroso y a lo largo de los años, han habido muchos accidentes mortales -Dijo el hombre con preocupación
-De verdad? Nunca he sabido de accidentes. Paso regularmente por aquí, aunque no tan noche -comento el vendedor.
-En serio, la gente que vive en estos poblados dice que estos caminos son traicioneros, muchos han perdido la vida en los barrancos, van manejando y de pronto se salen del camino por razones extrañas. La gente dice que este camino esta embrujado. -Dijo en tono serio el jornalero
Burlándose del hombre, Alfonso tan solo negó con la cabeza y se rió por lo bajo al escuchar tal comentario.
-La gente dice que por estos rumbos merodean brujas y nahuales por la noche. Si tienes la mala suerte de toparte con alguno, es probable que no la libres amigo -Comento el hombre con el rostro serio y determinado.

Un silencio incómodo se hizo entre ambos y la lluvia se detuvo al comenzar a bajar de la sierra, luego de un largo rato, entraron a una densa niebla que impedía ver con claridad el camino. Alfonso se aferró al volante y comenzó a sudar por los nervios. Mientras que el pasajero dormitaba con su cabeza pegada al vidrio.
Al comenzar a subir de nuevo en el sinuoso camino. Algo extraño comenzó a iluminar el cielo, pensando que quizás eran relámpagos, Alfonso se asomó para ver que era aquello que destellaba entre la niebla. De pronto una luz paso rasante por el auto e iluminó el camino. Parecía ser una especie de fuego amorfo que se movía a voluntad y surcaba los cielos, el ruido que hizo al pasar por encima, fue como de leña ardiendo, el cual despertó al pasajero y determinado miró a Alfonso y le dijo que no parara, que siguiera la línea del camino y pasara lo que pasara no volanteara, porque podrían caer al voladero.

Con los nervios de punta Alfonso intentó no salir del camino y siguió línea guía de la carretera a paso lento. No sabía cuánto tiempo pasó; pero se le hizo eterno. Llegó al fin, a un pequeño poblado. La niebla cubría todo y estaba completamente obscuro, solo las luces del auto que apenas iluminaban y le daban un aspecto fantasmal a las casas de adobes que se alcanzaban a ver. Antes de salir de aquel lugar vio un gran pozo piedra en lo que parecía ser un entronque. Se puso tenso y casi se le sale el corazón cuando vio en medio del camino a una joven mujer, estaba completamente empapada y llevaba un vestido de manta, el cual dejaba ver la esbelta y bien formada figura de la joven. Tenia un rostro hermoso y denotaba que necesitaba ayuda. Alfonso ante aquella visión detuvo la marcha del auto lentamente. Abrió la puerta para bajar e ir a ayudarle a la mujer y de pronto el pasajero lo tomó del antebrazo con firmeza.

-“Perate” Es un engaño, ¿Ya viste donde esta? Mira a tus pies.

Alfonso notó que la mujer estaba a unos metro más adelante, parada en medio de la niebla y apenas se notaba. Cuando agacho la cabeza para ver donde estaba parado un terror se apoderó de él. Estaba a unos pasos del barranco y el auto tenia las llantas en el límite. Su rostro reflejo un pánico que hizo meterse de prisa al coche y ver que la mujer cambiaba sus facciones por las de una anciana, el cuerpo bien formado ahora era un cumulo de pliegues y cueros avejentados. Con un rostro horrible desprovisto de dientes, la anciana que no tenia ojos en las cuencas se reía a lo lejos con una carcajada chillona. En instantes se dejo caer en la niebla perdiéndose y lanzando un destello de fuego que se fue desapareciendo en el cielo.

Alfonso aun con la impresión de haber visto aquello, temblaba y apoyaba su frente en el volante para llorar discretamente. El pasajero veía al horizonte y le decía al hombre que se calmara, que pasaran la noche ahí hasta que amaneciera y se disipara un poco la niebla. Manejar así era para locos o tontos. Así lo hizo, retiró el auto del precipicio y se estacionó en un lugar que parecía ser un paradero de camiones. Se acomodó en el asiento e intentó dormir, aun pensando en todo lo que le había pasado, el sueño y el cansancio lo venció y se quedo dormido. Poco a poco la madrugada pasó y comenzó a amanecer. Algunos pobladores iban a su jornada y la niebla parecía disiparse. Era momento de irse, Alfonso notó que el pasajero no estaba en el auto y pensó que quizás se había marchado antes, al arrancar el auto, vio que el poblado donde estaba era algo grande, se ubicó y se dio cuenta que no le faltaba mucho para llegar.
Aun pensaba en el evento de la noche anterior, no tenia explicación; pero fue aterrador, algo nunca visto. Sabía que no le creerían si contaba lo sucedido. Aun así pensó en contar esa historia. Iba a paso lento y al salir de una curva peligrosa notó varias cruces que había a un lado de la carretera como si fuera advertencia de que en ese lugar habían muerto muchos por accidentes.

Fueron fracciones de segundo en las que vio aquellas cruces y notó algo que lo hizo detenerse y regresar a ver. Sintió que su cabeza se entumía al ver que en una de esas cruces estaba el nombre de un fallecido recientemente: “Pánfilo Santos García” había muerto hacía unos meses y en ese instante lo comprendió. El pasajero que levantó en medio de la carretera le dijo su nombre en un instante cuando se saludaron. Lo recordó y una inquietud asaltó su razonamiento. ¿Había levantado a un Fantasma? Nunca lo supo, pensó que quizás era una casualidad. Antes de seguir su marcha vio a la cruz, levanto su mirada al cielo y solo dijo “Gracias”. Después de aquella experiencia, Alfonso pidió su cambio y nunca más anduvo en carretera.

~Eduardo Liñán
El voladero El voladero Reviewed by cuentos de terror on 10:25 Rating: 5

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